horas antes, un reloj sin cuerda marcada estoicamente las cuatro y treinta y siete.
en la radio reponían el programa y decían que sobre la una entrevistarían al escritor. el reloj, marcaba las tres y cincuenta y siete; nadie circulaba ya a esa hora, y probablemente nadie circularía en las próximas dos horas.
mejor si me quedaba a dormir allí, a su lado, tampoco tenía demasiadas opciones, ya no formaba parte del resto del mundo.
horas más tarde, el reloj seguía marcando las cuatro y treinta y siete.
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